jueves, 6 de febrero de 2014

LOS JAPONESES Y EL VINO DE JÉREZ.






Interesante artículo sobre los japoneses y el vino de Jerez.
“Una buena noticia”. Así de simple y conciso ha definido Evaristo Babé, presidente de la patronal bodeguera Fedejerez, la compra de Beam por la multinacional japonesa Suntory. “Arigató, doi shi di masté”. Y es que ‘la sangría’ a la que ha sido sometida una de las mayores y más reconocidas firmas bodegueras de la ciudad es para llevarse las manos a la cabeza. Quién no ha escuchado en Jerez hablar de Domecq, donde incluso hubo un estadio con su nombre allá por la Plaza del Caballo. Una familia que hizo un imperio con el vino de Jerez, cuyos vestigios arquitectónicos podemos observar hoy en día en edificios como el simbólico y emblemático Gallo Azul o el magnífico Palacio del Marqués de Montana, en Cristina.
Pero hay también otra historia, de la que pocos ya se acuerdan y que desde estas líneas voy a intentar reflejar de la mejor manera y brevedad posible. La jerezana Casa Domecq es la casa más antigua de Jerez, nada más y nada menos que desde 1730 ha estado elaborando jereces. Ya por el año 1867 D. Pedro Domecq Lustau observó que un pedido rechazado de 500 bocoyes de alcohol de calidad iba a ser el prolegómeno de algo grande: nacía en esta casa el Brandy de Jerez. El imperio Domecq caminaba a pasos agigantados, hasta llegó a la novela, donde Blasco Ibáñez hizo un retrato magistral en su cruda obra de gañanía ‘La Bodega’. Los grandes jereces que antaño se cuidaban en ‘el Molino’ servían de madres para abrigar a otros generosos. Se compraron bodegas y soleras que nuestros mayores recuerdan como auténticas joyas, ejemplo como los vinos y soleras de ‘Cartas’, procedentes de Agustín Blázquez o las bodegas de Harveys, que añadían a la calle San Blas tributo con sus grandes olorosos ‘Brigadier’ y ‘Marquesa’, ni más ni menos que ‘Mantequita colorá’.
El Cream por excelencia no era el ‘Bristol Cream’, sino el ‘Celebration Cream’, sobre el que muchos dicen que este generoso de licor ‘le echaba la pata’ al anterior ‘compuesto’. También, muy cerquita de la calle Arcos, en lo que hoy es un bingo, allí descansaba parte de la producción del excelente fino ‘3 Palmas’ y por supuesto, el fino ‘La Ina’, en la llamada bodega ‘Larriba’. Justo al lado, en lo que hoy es la manzana de un conocido supermercado frente a Pío XII, según nos relata un antiguo arrumbador de Domecq, se criaba el oloroso ‘Río Viejo’.
El problema del declive comienza cuando D. Ramón Mora Figueroa traspasa Domecq a los sonrosados ingleses de ‘Allied Domecq’. Estos al no ver el “Money, Money… more”, lo entregan a los gabachos de Pernod Ricard y a los norteamericanos de Beam Global. La historia que se nos presenta ‘a grosso modo’ es la siguiente: los franceses, que son más listos que el hambre, se llevan las principales marcas del antiguo Domecq incluidos los VORS, junto a los Brandies Carlos I y Carlos III, que más tarde venden a Caballero y Osborne.
Beam Global se queda con los destilados y el Harveys Bristol Cream. En 2008 lanza la noticia tranquilizadora de que empezará a potenciar la marca Terry, es decir, el Jerez… todos aplauden esta noticia, como si viniese toda una manada de ‘Orsons’ Welles desde el otro lado del charco a consumir nuestros Jereces. El resultado fue, sin duda una ‘potencia’ muy discreta, tanto que los llamados Finos, Olorosos, Amontillados ‘Terry’ y los denominados y magníficos ‘HARVEYS VORS’ en botellas de 50cl, se destinan exclusivamente solo para la consumición del trabajador. El final: Global le dice -Bye, Bye, Mr Beam- y este último a vender y promocionar el único Jerez al que sacan rentabilidad, sobre todo en el mercado internacional, el ‘Bristol Cream’, que por cierto, parece que ha bajado el número de ventas.
El expolio de una de las principales bodegas de Jerez ha sido inmenso. Sólo el ´rescate’ de sus grandes marcas que descansan en las bodegas ‘Las Cruces’ y ‘la Campana’ en Lustau, más la compra en 2012 por Estévez de 400 hectáreas de viñedo a la multinacional norteamericana, han posibilitado una pequeña ‘jerezanización’ de aquel imperio. Ahora, con la adquisición de Suntory, parece que los japoneses vienen con buenas intenciones, ya sabemos que el jerez marida bien con la gastronomía nipona, que son entusiastas con nuestra cultura, que es un mercado en expansión y les gusta también ‘La Casera’ (por eso la han comprado). Aunque recuerdo que las mismas miras se pusieron con el mercado norteamericano entonces y de cinco piernas de solera que había de cada palo dejaron una.  Así que entre tanto ¡Kampae! y ¡Arigató, arigató! estemos atentos, y esperemos no salir con la marca de su bandera.
Autor: Francisco José Becerra Marín (Redactor de La Sacristía del Caminante)

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